La brisa, el tiempo,
llanto, risa, abrazos, besos, caras llenas de dudas, pero sobre todo la
tristeza adornaba aquel lugar.
No dormí en toda la
noche, llevaba más de 24 horas sin dormir pero el tiempo parecía mi enemigo, el
único enemigo implacable.
Hablé con muchas
personas cada una tenía una razón para no sonreír, pero yo era la que menos
tenía para decir en ese momento, huí de aquel sitio y me dirigí a su habitación.
Allí estaba ella, sentada en la cama como muchas veces la vi y pensé:
"¿Qué puede saber una niña de 16 años sobre la muerte?", no fui capaz
de buscar una respuesta.
Se demoró unos minutos
en mirarme a los ojos, pero fue capaz de sonreír entre tanto dolor y
frustración, la abracé, era imposible decirle que todo estaría bien porque las
dos éramos conscientes de que nunca más sería así.
Sus pies colgaban de
la cama, jugaba a encontrarle forma a las manchas en la pared mientras yo
lloraba sin poder respirar, todo aquello que un día creí imposible hoy se
materializaba ante mis ojos. Pasados unos minutos el golpeteo de sus pies cesó, me miró y
me dijo: "Está bien, vas a estar bien, yo solo quiero un poco de agua". Y se
desplomó sin más en la cama.
Fue increíble ver como
la vida abandonaba aquel cuerpo humano, el color se esfumó con su último
suspiro.
Le tarareé su nana favorita hasta que se fue.